Confía en Dios, luego ve y hazlo

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ImagenHenry B. Eyring

Primer Consejero de la Primera Presidencia

queridos hermanos y hermanas, es un honor dirigirme a ustedes en este día de reposo. Me siento humilde por la asignación de hablar a los millones de Santos de los Últimos Días y amigos de todo el mundo. En preparación para esta sagrada oportunidad, oré y medité para saber sus necesidades personales y el mensaje que el Señor quería que diera.

Sus necesidades son muchas y variadas. Cada uno de ustedes es un hijo único de Dios. Dios los conoce individualmente. Él envía mensajes de aliento, corrección y dirección específicos para ustedes y sus necesidades.

Para descubrir lo que Dios desearía que yo aportara a esta conferencia, he leído los mensajes de Sus siervos en la Escritura y en conferencias anteriores. Recibí una respuesta a mi oración al leer las palabras de Alma, un gran siervo del Señor del Libro de Mormón:

“¡Oh, si fuera yo un ángel y se me concediera el deseo de mi corazón, para salir y hablar con la trompeta de Dios, con una voz que estremeciera la tierra, y proclamar el arrepentimiento a todo pueblo!

“Sí, declararía yo a toda alma, como con voz de trueno, el arrepentimiento y el plan de redención: Que deben arrepentirse y a venir a nuestro Dios, para que no haya más dolor sobre toda la superficie de la tierra.

“Mas he aquí, soy hombre, y peco en mi deseo; porque debería estar conforme con lo que el Señor me ha concedido”1. Y entonces encontré en la reflexión de Alma la guía por la que había estado orando: “Pues he aquí, el Señor les concede a todas las naciones que, de su propia nación y lengua, enseñen su palabra, sí, con sabiduría, cuanto él juzgue conveniente que tengan; por lo tanto, vemos que el Señor aconseja en sabiduría, de conformidad con lo que es justo y verdadero”2.

Al leer ese mensaje de un siervo de Dios, lo que yo debía decir hoy quedó claro. Dios envía mensajes y mensajeros autorizados a Sus hijos. Debo infundir suficiente confianza en Dios y en Sus siervos de tal modo que salgamos y obedezcamos Su consejo. Eso es lo que Él desea porque nos ama y quiere que seamos felices; y Él sabe de qué manera la falta de confianza en Él trae tristeza.

Esa falta de confianza ha traído dolor a los hijos de nuestro Padre Celestial desde antes de que el mundo fuese creado. Sabemos mediante las revelaciones de Dios al profeta José Smith que muchos de nuestros hermanos y hermanas en el mundo de los espíritus rechazaron el plan de nuestra vida mortal que presentaron nuestro Padre Celestial y Su Hijo mayor, Jehová3.

No sabemos todas las razones del terrible éxito que Lucifer tuvo al incitar esa rebelión. Sin embargo, una razón es clara. Los que perdieron la bendición de venir a la mortalidad carecían de suficiente confianza en Dios como para evitar la miseria eterna.

La triste tendencia a la falta de confianza en Dios ha perdurado desde la creación. Tendré cuidado al dar ejemplos de la vida de los hijos de Dios ya que no conozco todas las razones por su falta de suficiente fe para confiar en Él. Muchos de ustedes han estudiado los momentos de crisis de la vida de ellos.

Jonás, por ejemplo, no sólo rechazó el mensaje del Señor de ir a Nínive, sino que fue en dirección contraria. Naamán no pudo confiar en la instrucción del profeta del Señor de bañarse en un río y así permitir que el Señor lo curara de la lepra, porque pensó que la simple tarea era indigna para alguien de su nivel.

El Salvador invitó a Pedro a abandonar la seguridad de un barco para caminar hacia Él sobre el agua. Al escuchar el relato, nos lamentamos por él y vemos nuestras propias necesidades de tener mayor confianza en Dios:

“Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar.

“Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo.

“Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo! ¡Yo soy, no tengáis miedo!

“Entonces le respondió Pedro y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.

“Y él dijo: Ven.Y descendió Pedro de la barca y anduvo sobre las aguas para ir a Jesús.“Mas al ver el viento fuerte, tuvo miedo y, comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!

“Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó y le dijo: ¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”4.

Recibimos aliento del hecho de que Pedro llegó a confiar en el Señor lo suficiente para permanecer fiel a Su servicio todo el tiempo hasta Su martirio.

El joven Nefi, en el Libro de Mormón, nos infunde el deseo de desarrollar confianza en el Señor para obedecer Sus mandamientos, sin importar lo difíciles que nos parezcan. Nefi se encontraba frente al peligro y la posible muerte cuando dijo estas palabras de confianza que podemos y debemos sentir firmemente en nuestro corazón: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado”5.

Esa confianza viene de conocer a Dios. Más que ningún otro pueblo en la tierra, mediante los gloriosos acontecimientos de la restauración del Evangelio, nosotros hemos sentido la paz que el Señor ofreció a Su pueblo con las palabras: “Quedaos tranquilos, y sabed que yo soy Dios”6. Mi corazón está lleno de gratitud por lo que Dios ha revelado acerca de Sí mismo a fin de que podamos confiar en Él.

Para mí todo se inició en 1820 con un joven en una arboleda de una granja en el estado de Nueva York. El joven, José Smith, caminó entre los árboles a un lugar apartado. Se arrodilló a orar con plena confianza de que Dios contestaría sus súplicas para saber qué debía hacer para ser limpio y salvo por medio de la expiación de Jesucristo7.

Cada vez que leo su relato, mi confianza en Dios y Sus siervos aumenta:

“…vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.

“No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!8.

El Padre nos reveló que Él vive, que Jesucristo es Su Hijo Amado y que Él nos amó lo suficiente para enviar a ese Hijo para salvarnos a nosotros que somos Sus hijos. Y porque tengo un testimonio de que Él llamó a ese muchacho iletrado como apóstol y profeta, confío en Sus apóstoles y profetas de la actualidad y en quienes ellos llaman a servir a Dios.

Esa confianza ha bendecido mi vida y la vida de mi familia. Hace años escuché al presidente Ezra Taft Benson hablar en una conferencia como ésta. Él nos aconsejó hacer todo lo posiblepara salir de deudas y mantenernos libres de ellas. Se refirió a las hipotecas de las casas. Dijo que tal vez no fuese posible, pero sería mejor si pudiéramos pagar toda la deuda hipotecaria9.

Miré a mi esposa después de la reunión y le pregunté: “¿Crees que hay alguna manera de que pudiéramos hacer eso?”. Al principio no podíamos; y entonces por la noche pensé en una propiedad que habíamos adquirido en otro estado. Durante años habíamos tratado de venderla sin éxito.

Sin embargo, porque confiábamos en Dios y en unas palabras del mensaje de Su siervo, hicimos una llamada telefónica el lunes por la mañana al hombre en San Francisco que tenía nuestra propiedad a la venta. Yo lo había llamado unas semanas antes y él había dicho entonces: “No hemos tenido a nadie que haya mostrado interés en su propiedad por años”.

Pero el lunes después de la conferencia, escuché una respuesta que hasta el día de hoy fortalece mi confianza en Dios y en Sus siervos.

Él dijo: “Me sorprende su llamada. Un hombre entró hoy preguntando si podía comprar su propiedad”. Asombrado, le pregunté: “¿Cuánto ofreció pagar?”. Eran unos dólares más que el valor de nuestra hipoteca.

Alguien podría decir que sólo fue una coincidencia, pero saldamos nuestra hipoteca. Y nuestra familia aún escucha cualquier palabra enviada en el mensaje de un profeta que nos diga lo que debemos hacer para hallar la seguridad y la paz que Dios quiere para nosotros.

Ese tipo de confianza en Dios puede bendecir a las comunidades, así como a las familias. Crecí en un pequeño pueblo de Nueva Jersey. Nuestra rama de la Iglesia tenía menos de veinte miembros que asistían con regularidad.

Entre ellos se encontraba una mujer, una anciana muy humilde conversa a la Iglesia. Era una inmigrante que hablaba con un marcado acento noruego. Ella era la única miembro de la Iglesia de su familia y la única miembro de la Iglesia en la ciudad en la que vivía.

Por medio de mi padre, que era el presidente de rama, el Señor la llamó como presidenta de la Sociedad de Socorro de la rama. No tenía ningún manual que le dijera qué hacer; ningún otro miembro de la Iglesia vivía cerca de ella. Ella sólo sabía que el Señor cuida de los necesitados y conocía las pocas palabras del lema de la Sociedad de Socorro: “La caridad nunca deja de ser”.

Esto ocurrió en medio de lo que llamamos la “Gran Depresión”. Miles se encontraban sin trabajo y sin hogar. Por tanto, sintiendo que había obtenido su mandato del Señor, les pidió a sus vecinos ropa vieja. Lavó la ropa, la planchó y la puso en cajas de cartón en el porche detrás de la casa. Cuando algún hombre sin dinero necesitaba ropa y le pedía ayuda a uno de sus vecinos, ellos le decían: “Vaya a la casa que está más adelante. Hay una mujer mormona que vive allí y que le dará lo que necesita”.El Señor no gobernó la ciudad, pero cambió una parte de ella para bien. Llamó a una pequeña mujer que confió lo suficiente en Él como para averiguar lo que Él quería que ella hiciera y lo hizo. Debido a su confianza en el Señor, fue capaz de ayudar a cientos de hijos de nuestro Padre Celestial necesitados en esa ciudad.

Esa misma confianza en Dios puede bendecir a las naciones. He llegado a saber que podemos confiar que Dios cumplirá la promesa de Alma: “Pues he aquí, el Señor les concede a todas las naciones que, de su propia nación y lengua, enseñen su palabra, sí, con sabiduría, cuanto él juzgue conveniente que tengan”10.

Dios no gobierna las naciones pero las tiene presente. Él puede y pone a personas en posiciones de influencia que quieran lo mejor para el pueblo y que confíen en el Señor11.

Lo he visto en mis viajes por todo el mundo. En una ciudad de más de diez millones de personas, hablé a miles de Santos de los Últimos Días reunidos en una conferencia. Se llevó a cabo en un estadio deportivo muy grande.

Antes de que comenzara la reunión, vi a un apuesto joven sentado en la primera fila. Estaba rodeado de otras personas que, como él, estaban mejor vestidos que la mayoría de los que estaban a su alrededor. Le pregunté a la Autoridad General de la Iglesia que estaba cerca de mí quiénes eran los hombres. Me susurró que eran el alcalde de la ciudad y su personal.

Cuando me dirigí a mi automóvil, me sorprendió ver al alcalde esperando para saludarme, junto con sus empleados. Dio un paso hacia adelante, me extendió la mano y dijo: “Le doy las gracias por venir a nuestra ciudad y a nuestro país. Estamos muy agradecidos por lo que hacen para elevar a sus miembros. Con ese tipo de personas y de familias, podríamos establecer la armonía y la prosperidad que queremos para nuestro pueblo”.

Vi en ese momento que él era una de las personas de corazón sincero que Dios había colocado en una posición de poder entre Sus hijos. Somos una pequeña minoría entre los ciudadanos de esa gran ciudad. El alcalde sabía muy poco de nuestra doctrina y conocía a unos pocos de nuestros miembros. Sin embargo, Dios le había enviado el mensaje de que los Santos de los Últimos Días, bajo el convenio de confiar en Dios y Sus siervos autorizados, se convertirían en una luz para su pueblo.

Sé que los siervos de Dios les hablarán durante esta conferencia. Ellos son llamados por Dios para dar mensajes a Sus hijos. El Señor ha dicho de ellos: “Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”12.

Ustedes muestran su confianza en Él cuando escuchan con la intención de aprender, de arrepentirse, y luego van y hacen lo que Él pide. Si confían en Dios lo suficiente para escuchar Su mensaje en cada discurso, himno y oración de esta conferencia, lo encontrarán. Y si luego van y hacen lo que Él quiere que hagan, su poder para confiar en Él crecerá, y con el tiempo se sentirán inundados de gratitud al ver que Él ha llegado a confiar en ustedes.

Doy testimonio de que Dios habla hoy por medio de Sus siervos escogidos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Thomas S. Monson es el profeta de Dios. Nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo viven y nos aman. De esto testifico, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén

 

Principio de Liderazgo

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El ejemplo del Salvador

Nuestro Salvador, Jesucristo, nos ha dado el ejemplo perfecto que los miembros debemos seguir como líderes dentro de la familia y de la Iglesia. Él amaba a Su Padre y a las personas a las que servía; vivió para servir a los demás, aliviando las cargas de los oprimidos y dando esperanza a los desalentados.

Jesús comprendía Su llamamiento y lo cumplió con diligencia y un espíritu de oración. Él siempre hizo la voluntad de Su Padre y le otorgó a Él la gloria, sin buscar la suya propia. Él lo sacrificó todo por el género humano al dar Su vida en la cruz y al expiar los pecados de toda la gente.

A medida que los líderes sigan el ejemplo del Salvador, Él aumentará la capacidad de ellos de llevar a cabo Su obra y les inspirará para que sepan lo que deben decir y hacer (véase D. y C. 100:6). Los líderes realmente llegarán a ser Sus consiervos en la obra de edificar el reino de Dios. Llegarán a ser estudiantes de las Escrituras, aprenderán las doctrinas y principios del Evangelio y se esforzarán por enseñárselas a las personas a las que sirven.

Rasgos de carácter de los líderes

Fe

Durante Su ministerio terrenal, el Salvador amonestó a Sus discípulos a que ejercitaran la fe (véase Mateo 17:14–21; Lucas 8:22–25). Los líderes de la Iglesia deben tener fe en que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Esta fe se puede desarrollar a través de la oración, del estudio de las Escrituras, de la obediencia y del arrepentimiento. A medida que nutramos la semilla de la fe, crecerá en nuestro interior y dará un fruto que es el más precioso y dulce de todos (véase Alma 32:42).

Amor

El Salvador dijo: “Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34–35). Los líderes deben amar a las personas de las cuales el Señor les hace responsables. A medida que los líderes amen a la gente, desearán prestarles servicio, enseñarle y ayudarle a obrar por su salvación.

En el mundo no se concibe a los líderes como a siervos, pero el Salvador enseñó por Sus palabras y ejemplo que los líderes deben servir a la gente que dirigen. Le dijo a los Doce: “Y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20:27). Cuando servimos a los demás, estamos sirviendo al Señor (véase Mateo 25:31–40; Mosíah 2:17).

Obediencia

Jesucristo estableció un ejemplo perfecto de obediencia y sumisión a la voluntad del Padre Celestial (véase Mateo 26:39; Juan 5:30). Los líderes deben obedecer los mandamientos del Señor para que puedan dar el ejemplo a los demás y sean dignos de recibir la guía del Espíritu Santo. La obediencia demuestra amor por el Señor (véase Juan 14:15).

Los mandamientos del Señor son revelados en las Escrituras, por medio de los líderes de la Iglesia y mediante los susurros del Espíritu Santo. A medida que los líderes obedezcan esos mandamientos, el Señor les ayudará a cumplir con sus llamamientos.

Unidad

En su gran oración intercesora, el Salvador pidió que los que creían en Él pudieran ser uno, así como Él y Su Padre son uno (véase Juan 17:20–23). La unidad es esencial para lograr el éxito en todas las organizaciones de la Iglesia. Los presidentes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares no deben trabajar en forma independiente de sus consejeros. Las presidencias pueden lograr mucho más si están unificadas y deliberan en consejo.

Sacrificio

El joven rico preguntó al Salvador qué debía hacer para heredar la vida eterna. “Guarda los mandamientos”, le dijo el Señor. El joven le dijo que había guardado los mandamientos desde su juventud, y después preguntó: “¿Qué más me falta?“. Jesús, que conocía su corazón, le dijo que vendiera sus posesiones, que las diera a los pobres y que le siguiera, pero el joven “se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. (Véase Mateo 19:16–22.)

En este incidente, el Señor enseñó que los líderes deben estar dispuestos a sacrificar todas las cosas para seguirle. Como sucedió con el joven rico, los líderes pueden ser llamados a sacrificar sus posesiones, o tal vez se les pida que sacrifiquen su tiempo, sus talentos o sus intereses personales para llevar adelante la obra del Señor. A medida que los líderes se sacrifiquen por el Señor y Su reino, Él les promete que les bendecirá en todas las cosas (véase Mateo 19:29; D. y C. 97:8–9).

Deberes de los líderes

Fijar metas

Los líderes saben que procurar la guía del Señor en oración para que puedan saber lo que Él desea que ellos hagan es esencial en sus llamamientos. Fijar metas con la guía del Espíritu les ayudará a llevar a cabo la obra que el Señor les ha dado.

Al fijar metas, los líderes deben planificar la manera de alcanzarlas. Por ejemplo, un presidente de Estaca  podría fijarse la meta de aumentar la asistencia a las reuniones sacramen- tales en su Estaca; su plan podría incluir pedir a los obispado que invitaran a todos los miembros de los barrio a comprometerse a asistir a las reuniones sacramentales.

Los líderes deben alentar a los miembros a fijarse metas personales y lograrlas. Los líderes pueden sugerir metas para las personas, pero debe ser la persona la que fije sus propias metas y realice planes para lograrlas.

Planificar y delegar

Los siguientes pasos ayudarán tanto a los líderes del sacerdocio como a los de las organizaciones auxiliares a planificar reuniones, actividades, proyectos de servicio y metas al llevar a cabo la obra del Señor, y pueden ser útiles para hermanar a los miembros y para amistar a los que no son miembros. Estos pasos ayudarán a los líderes a organizar la orientación familiar y las visitas de maestras visitantes de la Sociedad de Socorro y ayudarán a los líderes del sacerdocio para cuando tengan que llamar a servir a los miembros en llamamientos del barrio.

  1. 1.

Planificar y organizar. Los líderes planifican todas las reuniones, actividades y metas para que tengan un propósito del Evangelio. Al hacer estos planes, los líderes piden a los demás, entre ellos a sus consejeros, que compartan ideas y ayuden con la organización.

  1. 2.

Orar. Los líderes oran para recibir guía a través de los susurros del Espíritu en la planificación y ejecución de los planes. Deben orar por guía a fin de saber a qué personas deben llamar para que colaboren en la obra.

  1. 3.

Delegar. Un buen líder invita a los demás a ayudar porque sabe que él no puede ni debe hacerlo todo por sí mismo. Delega para ayudar a los demás a desarrollar sus aptitudes dándoles oportunidades. Explica los planes y luego delega (asigna) tareas específicas a cada persona, y le explica los deberes y las bendiciones que van asociados con el cumplimiento de la tarea.

  1. 4.

Ayuda y apoyo. Después de hacer planes, de orar y de delegar, el líder debe apoyar a aquellos a quienes ha delegado alguna responsabilidad. Debe enseñarles lo que deben saber y se ofrece para ayudarles, pero no debe hacer él mismo las tareas que les ha asignado. Debe expresarles su amor y confianza y alentarles a utilizar sus propias ideas e inspiración en vez de insistir en que las cosas se hagan siempre a su manera. Debe reconducirles o hacerles cambiar su modo de proceder sólo cuando sea necesario.

  1. 5.

Seguimiento. Después de dar una asignación, el líder solicita periódicamente un informe de progreso en cuanto a ella. Puede hacerlo en una conversación informal, durante una reunión o en una entrevista privada. Al recibir el informe, el líder agradece a la persona, le alienta y le alaba con sinceridad. También podría sugerirle formas en que la asignación podría realizarse de mejor manera.

  1. 6.

Evaluar. Cuando se haya finalizado la asignación, el líder evalúa los resultados con la persona asignada; le expresa agradecimiento, analiza la importancia de lo que se ha hecho y podría dar a la persona una nueva asignación.

Preparar una agenda

Una agenda es el plan de una reunión. En ella se pueden incluir oraciones, himnos, discursos, anuncios, asuntos, informes en cuanto a las asignaciones, nuevas asignaciones y otros apartados de importancia. Una agenda escrita permite al líder asegurarse de que se traten los asuntos más importantes y de que el tiempo de la reunión se utilice sabiamente. También le sirve para dirigir la reunión de una manera ordenada.

La persona que preside o que está a cargo es la que normalmente prepara la agenda. Él o ella se asegura de que contenga todo lo necesario para cumplir con los propósitos de la reunión. Quien prepara la agenda determina la cantidad de tiempo que se debe conceder a cada apartado de la misma. Si no queda tiempo suficiente para tratar todos los apartados, él o ella reserva algunos de los apartados para la siguiente reunión.

Dirigir reuniones

La persona que dirige una reunión actúa como líder de esa reunión. Él o ella anuncia el nombre de las personas que van a orar, discursar, dirigir la música y hacer otras cosas durante la reunión. Quien dirige la reunión debe hacerlo con reverencia y debe dirigir la reunión conforme lo guíe el Espíritu del Señor.

La persona que preside la reunión puede dirigirla o puede pedir a otra persona que la dirija bajo su dirección. Por ejemplo, un obispo puede pedir a uno de sus consejeros que dirija la reunión sacramental, o un presidente del quórum puede pedir a uno de sus consejeros que dirija una reunión del quórum. Ese mismo principio puede ponerse en práctica en las organizaciones auxiliares.

Consejos

El Señor gobierna Su reino a través del principio de los consejos. Los que dirigen reuniones de consejo, tales como la reunión de consejo de barrio, la reunión del comité ejecutivo del sacerdocio y las reuniones de presidencia del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares (véase la Guía para el barrio ), deben aplicar los siguientes principios importantes:

Concentrarse en la doctrina y en los principios del Evangelio y no en asuntos especulativos.

Concentrarse en las personas y cómo fortalecerlas en el Evangelio, recordando que siempre se debe mantener la confidencialidad de la información.

Fomentar la expresión libre y abierta y dar a todos la oportunidad de ser escuchados. Los líderes deben tanto escuchar como hablar.

Sostener y ayudar a llevar a cabo las decisiones de los líderes que presiden.

Dirigir con amor e interés sincero teniendo en cuenta las necesidades y el bienestar de todos.

Guardar las confidencias

Los líderes no deben revelar la información confidencial a nadie, ya sea que haya surgido en una entrevista formal o en una conversación informal. La información que resulte de las entrevistas y confesiones, y la información relativa a la cantidad de diezmos y ofrendas que una persona pague deben quedar en la más estricta confidencialidad. Ningún líder debe hablar de los asuntos privados de una persona con otra, ni siquiera con sus consejeros o con su cónyuge, a menos que esa persona dé su permiso. Un líder que sea descuidado en lo que respecta a guardar los asuntos estrictamente confidenciales puede debilitar los testimonios y la fe de aquellos a los que él o ella sirva y hace que disminuya la confianza de la gente en él o en ella

 

Profeta y apóstoles testifican de la historia familiar

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“He llegado a darme cuenta de que las personas que participan en la investigación de historia familiar y después llevan a cabo la obra de las ordenanzas en el templo en beneficio de las personas cuyos nombres han encontrado, recibirán el gozo adicional de recibir ambas partes de la bendición”.

 Presidente Howard W. Hunter

“Esta obra es de naturaleza espiritual, un esfuerzo monumental de colaboración en los dos lados del velo, una obra en la cual ambas partes se ayudan mutuamente. Empiece con amor en dondequiera que se encuentre, con oración, fe, determinación, diligencia y algo de sacrificio podrá hacer una gran contribución. Empiece ahora”.

 Élder Richard G. Scott

El corazón de ellos está ligado a ustedes y su esperanza está en las manos de ustedes. Ustedes tendrán más que su fortaleza natural si deciden seguir trabajando para buscarlos.

 Pte. Henry B. Eyring